Muchos consideran a la fotografía como una disciplina de uso documental. Un biólogo necesita una cámara para registrar sus estudios de la naturaleza. Un periodista para documentar la evidencia de sus reportajes. Una madre para recolectar los momentos familiares. Hay miles de tipos y de usos.
En esa gran abundancia de fotografías encontramos con tipos muy diferentes. En blanco y negro, en colores cálidos, en colores fríos. De niños, de ancianos, de familias. De políticos, de deportistas, de estrellas de rock. Miles de sujetos son fotografiados para aparecer bajo distintas facetas, unas halagadoras y otras vergonzosas.
Siendo la fotografía algo que se suele asociar con el registro y la precisión, puede quizás fallar esa intención. Hay retratos de políticos donde estos aparecen como personas bajadas del cielo. Quizás, esa brecha, esa posibilidad de no mostrar las cosas exactamente como son, demuestra que es una disciplina de expresión y creación.
Cuando la objetividad se disuelve en la imaginación
Aristóteles sostenía que el objetivo del arte era la imitación de la naturaleza, y pareciera, que la fotografía cumple con ese requisito, quizás hasta mejor que cualquier otro arte. Solo hace falta apretar el botón y todo tal cual se vea quedará (relativamente) idéntico a como se ve. Los momentos que cada uno quiere recordar tienden a ser inmortalizados por la cámara. La memoria suele aparecer en la actividad fotográfica.
La fotógrafa estadounidense Diana Arbus fue famosa por su arte de lo grotesco. Sus sujetos eran seres pintorescos y marginales, “fenómenos” de circo, transexuales, dementes, personas con cicatrices, gente en lo extremo de la pobreza y demás. Pero no solo fotografió a personas que desencajaban en la sociedad, también disfrutó del placer de convertir en monstruos a figuras importantes, tales como el escritor Jorge Luis Borges.
El libro “Estética de la fotografía”, de François Soulages, es un ejemplo maravilloso del desastre que involucra la confianza absoluta en la cámara. El autor argumenta en uno de sus capítulos que a él “le gustan las fotos, no los paisajes”. No es el sujeto a fotografiar, es su representación. La apariencia no es el ser, y muchas veces las apariencias engañan. Aquél escritor de colosal erudición que fue Jorge Luis Borges no es el mismo de la fotografía de Diana Arbus, es una representación macabra de él. La imaginación vence a la documentación.
El fotógrafo inglés Andy Whyte realizó una interesante serie donde pone a prueba los límites de la imaginación y la documentación. Utilizando un diminuto muñeco en Lego, capturó imágenes de toda la ciudad de Londres en las que su amigo de plástico era el protagonista, el cual también iba con su cámara. Un fotógrafo fotografiando a un fotógrafo, uno real y uno ficticio en una ciudad ficticia. El artista no modificó el paisaje de su ciudad, solo le dio una nueva perspectiva. Lo representó de una manera diferente, más infantil pero igual de realista. Su imaginación fue protagonista.
El tomar una fotografía empieza por los ojos, y en los ojos también impera la emocionalidad. Un tipo de luz puede cambiar totalmente el código lingüístico de una fotografía, un color distinto o un ángulo distinto, todo puede influir en una imagen determinada. La imagen no se separa de la imaginación, y esta a su vez es dependiente de los sentimientos. Un anciano fantasea con que viejos tiempos regresen, un enamorado fantasea con escenas románticas.
En Rusia, la artista Elena Shumilova ha confirmado eso magistralmente. Como vive en el campo con su esposo y sus hijos, ella prefiere la luz natural y los ambientes exteriores. En su cuenta en Flickr y en su página web, ha publicado varias fotografías de sus retoños en escenas cotidianas de la vida rural, y con un obvio retoque de photoshop el ambiente de cuento de hadas creado le ha hecho sonar su nombre a escala internacional. Todo el que vea sus fotos familiares podrá evidenciar que lo que ella ve de sus hijos, su inocencia, su vida idílica, su fantasía, lo refleja en sus retratos.
Conclusión
El paisaje londinense de Andy Whyte, los grotescos retratos de Diana Arbus o las ensoñaciones escenas familiares de Elena Shumilova demuestran la posibilidad de crear un discurso a partir de la visión personal. Un discurso de palabras propias convertidas en imágenes.
La memoria y la imaginación pueden mezclarse. No tienes la misma reacción al ver la foto de un edificio que jamás hayas visto que al ver la foto del edificio donde hayas pasado tu infancia. Un simple apartamento puede parecerle a tus ojos el Tah Majal. Los recuerdos y los sueños pueden tocarse. La intención fotográfica puede ser más literaria que periodística, la realidad puede diluirse en una toma. Solo es necesario sentir el discurso que se desea dar.