Recientemente, una niña de 14 años con cáncer terminal ha conseguido ser criogenizada. Cada vez, aumenta el número de personas que piden ser congeladas tras fallecer, con la esperanza de que los avances científicos permitan que un día vuelvan a despertar y “curarse” de las condiciones que les hicieron perder la vida. Pero, ¿qué posibilidades hay de que esto surja algún día?
La naturaleza nos ha demostrado que es posible criopreservar animales como reptiles, anfibios, gusanos e insectos. Sin embargo, en el tejido humano, el proceso de congelación-descongelación provoca daños significativos. Comprender y minimizar este daño es uno de los objetivos de la criobiología a nivel celular, estos daños son aún poco conocidos, pero pueden controlarse.
Cada paso adelante en este campo se basa en dos aspectos: la mejora de la conservación durante la congelación y la recuperación después de la descongelación. Durante la congelación, se puede evitar el daño mediante la modulación de la temperatura y confiando en varios tipos de crioprotectores. Uno de los objetivos principales es la inhibición de la formación de hielo que puede destruir las células y los tejidos. Por esa razón, uno de los objetivos no es “congelar” a las personas, si no lo que se llama como “fase vítrea”, un enfriamiento muy rápido.
Para esto, las sustancias simples, tales como los azúcares y almidones se han utilizado para cambiar la viscosidad y proteger las membranas celulares. Los productos químicos como el sulfóxido de dimetilo, eilenglicol, glicerol y propanodiol se suelen usar para prevenir la formación de hielo intracelular, y también anticongelantes para inhibir el crecimiento de hielo y la re-cristalización durante la descongelación.
Pero no sólo tenemos que preocuparnos por las células individuales; en un estado de congelación, los tejidos son, por lo general, biológicamente estables. Las reacciones bioquímicas, incluyendo la degeneración, se retrasan en temperaturas ultra bajas a un punto en que se detienen. No obstante, existe el riesgo de que las estructuras congeladas puedan experimentar una interrupción física, tales como las grietas. Luego, después de la descongelación, la fluctuación térmica comporta una serie de problemas. Las células y los tejidos pueden dañarse en dicho estado. Pero esto también tiene un efecto sobre nuestra “epigenética” (como los factores de estilo de vida y el medio ambiente influyen en nuestros genes), haciendo que se reprograme. Sin embargo, los antioxidantes y otras sustancias pueden ayudar a recuperarse después de la descongelación y evitar daños.
Así pues, ¿será algún día posible criopreservar un cerebro humano de una manera tal que pueda ser restablecido de una manera intacta?
Como se ha explicado, el éxito dependerá de la calidad de la criopreservación, así como la calidad de la tecnología de la reactivación. El primero aún es deficiente, así que debemos esperar.