Mónica Lewinsky, de secretaria ardiente a exponente sobre abusos sexuales

Iván Gutiérrez
By Iván Gutiérrez 8 Min Read

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Mónica Lewinsky deja atrás su oscuro pasado como la Mónica Lewinsky muy, pero muy personal del ex presidente de EEUU, Bill Clinton. Mónica ha superado su pasado en la Casa Blanca (Washington). Ahora se transformó en una exponente de los grandes acosos y abusos sexuales.

Lewinsky, se dedica a ser colaboradora en la revista Vanity Fair y ofrece charlas motivacionales para quienes han sufrido abusos sexuales y acosos dentro y fuera de sus trabajos.

El diario español El Mundo, publicó un trabajo donde se explica lo vivido por Lewinsky, y lo que ha logrado alcanzar luego de superar el momento más desagradable se su vida, enseñando a otras personas incluso por las redes y medios digitales.


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La suya fue una humillación de talla mundial, suficiente como para que a Monica Lewinsky se le pasara por la cabeza, unas cuantas veces, la irrebatible opción de quitarse la vida. Su madre lo intuía y por eso pasó muchas noches junto a su cama, en el complejo Watergate en Washington, para evitar un posible suicidio, pocos días después de que se filtrara que se entendía con el dueño del despacho oval de la Casa Blanca por ese entonces.

A Bill Clinton le costó el prestigio y un proceso de impugnación (impeachment) por perjurio, abuso de poder y obstrucción a la justicia del que al final salió bien parado. El ex gobernador de Arkansas pudo terminar su segundo mandato y lograr que su mujer, la actual precandidata a la presidencia de Estados Unidos, la incansable Hillary, le perdonara. Pero a Lewinsky le marcó la vida para siempre, alejada durante mucho tiempo del ojo público, decidida años más tarde a volver por su fueros con el noble ánimo de liberarse del yugo de una relación viciada.

ESTUDIOS DE PSICOLOGÍA



Ahora tiene 42 años y su actividad es cuantiosa, resuelta en todos los aspectos tras una década de volar bajo el radar, de cursar estudios de psicología (licenciada por la London School of Economics) y de vivir en Los Angeles, Nueva York y Portland. Se gana la vida, y muy bien, como oradora en distintos eventos que requieren de su presencia para llenar aforos. El morbo de verla en público sigue atrayendo a miles de personas.

Además, se describe a sí misma como activista por causas como el acoso a mujeres como el que ella tuvo que soportar, dando charlas y participando de forma activa en redes sociales para propagar su mensaje. Basta una ojeada a su cuenta de Twitter para entender su misión, una mujer que se sintió víctima de la situación y que daría marcha atrás si pudiera. En cierta ocasión, se le acercaron en un aeropuerto para pedirle un autógrafo y lo rechazó. El argumento, simple: “Soy conocida por algo que no es bueno”.

Su affaire es un escándalo mayúsculo del que dio cuenta, finalmente, en otra de sus actividades actuales, la de colaboradora de la revista Vanity Fair. En mayo de 2014 publicó un artículo revelador sobre lo sucedido que le abrió las puertas a una relación laboral más intensa y que aún hoy continúa.

“Yo misma lamento profundamente lo que pasó con el presidente Bill Clinton”, escribió en su primer ensayo con la revista, explicando que sí, “seguro, mi jefe se aprovechó de mí, pero siempre me mantendré firme en este punto: fue una relación consentida por ambos. Cualquier abuso llegó después, cuando me convirtieron en cabeza de turco para proteger su poderosa posición”.

Dice que todo ese sistema, montado alrededor del mandatario para mitigar el efecto del escándalo, ayudó a que los medios de comunicación la crucificaran e impidieran que pudiera seguir una vida normal, aunque solo fuera en el aspecto profesional. “Rechacé ofertas donde podría haber ganado 10 millones de dólares, porque no me parecía lo más adecuado”. Después intentó posicionarse en agencias de comunicación con énfasis en campañas sociales y humanitarias, pero su “historia”, como la llamaron alguno de sus entrevistadores, siempre se interponía en el camino.

“Su trabajo, naturalmente, requeriría que fuera a nuestros eventos, y, por supuesto, a esos eventos iría la prensa”, escribió en Vanity Fair, ilustrando la clase de rechazo a la que tuvo que hacer frente. Así que optó por el silencio, por refugiarse en los tejidos a mano, en no hablar del asunto en absoluto para no revolver más la porquería, alimentando las teorías que apuntaban a un silencio comprado por los Clinton, aunque fuera completamente falso.

RÉCORD DE AUDIENCIA

Ahora, Lewinsky habla de su historia con naturalidad, superado y explotado el trance. De aquellas primeras exclusivas sacó tajada, con más medio millón de dólares por los derechos de un libro contando su historia, y un millón más por su entrevista con la periodista Barbara Walters confesándose ante la atenta mirada de 70 millones de estadounidenses, un récord televisivo en ese momento.

Tras eso se apuntó al mundo de la moda con su propia línea de bolsos y accesorios, una idea que le sirvió para mantenerse activa durante unos años y vender bolsos a precios astronómicos, pero que en 2004 ya había dejado de existir, de acuerdo a la revista Vogue.

Su universo actual es mucho más maduro y espiritual. Dicen las fuentes cercanas que le gusta hacer meditación y que nunca ha dejado de optar por la terapia, como licenciada en psicología que es. Es además embajadora de la causa a la que más esfuerzos dedica, la del acoso y sus víctimas a través del movimiento Bystander Revolution.

Y confiesa que le gusta apoyar las trayectorias de otras mujeres, incluyendo las del campo político. Curioso -o un tanto retorcido, según se mire-resulta que le preguntaran por Hillary Clinton en el programa Good Morning America, ya metida en su andadura hacia la Casa Blanca. Pero Lewinsky, discreta, no quiso mojarse. “Creo que es fabuloso que haya mujeres en los dos partidos aspirando a un alto cargo”. Queda claro que es un estigma que no podrá sacudirse de encima jamás.

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